No se si es muy pretencioso o no calificarme actualmente como “ciclista ocasional”. Pero todavía, a veces, me subo
a esa bici a hacer unos kilómetros, aún a riesgo de quedar tirado por el
camino. La cadena hace tiempo que tenía que haberla cambiado, ya ni recuerdo el
dibujo de las cubiertas, la ausencia de frenada me pone los pelos de punta en
las bajadas y el pedalier suena como si tuviera unas castañuelas ahí metidas…
aún así, a veces salgo.
Era uno de esos días, me puse mi
maillot más grande para tratar de disimular la barriga cervecera y salí a
pedalear un rato. Tenía en mente un recorrido no muy exigente, que tampoco
estoy para muchos trotes, pero unas inoportunas obras me obligan a desviarme
hacia Grao y ya aquí, porque no subir la Cabruñana.
Inicio la ascensión tranquilo,
pero pronto veo a lo lejos a un ciclista con maillot color amarillo
fosforito que avanza lentamente. A medida que me voy acercando no tardo en
vislumbrar dos alforjas negras a ambos lados de su bicicleta.
Cuando estoy a dos metros me
saluda amablemente, pensé que no me había visto, no había girado el cuello para
mirar atrás en ningún momento. Pero pronto descubro un ingenio a modo de
retrovisor colocado en una de las patillas de sus gafas.
Cuando estoy en paralelo le
devuelvo el saludo y hago un comentario sobre lo duro que es ascender puertos
con todo el peso que representan las alforjas. Contesta con una sonrisa en los
labios:
- Es mi penitencia por todos los pecados que he cometido.
Me llamó la atención su acento de
marcado aire norteamericano con algún leve giro hispano… no me equivocaba, pero
para confirmarlo la pregunta de rigor era “¿de dónde eres?”. A lo que contesto “de
Colorado, Estados Unidos”.
Su nombre era Esteban y no era difícil
adivinar que estaba realizando el Camino de Santiago. La cuarta vez que lo
realizaba. Un día lo hizo a pie y como confesaba “el virus del Camino de
Santiago” le contagió y ahora no puede parar. Era la segunda vez que lo
realizaba en bici, esta vez saliendo desde Escocia.
Pronto me di cuenta de que era
una de esas personas que en cada frase que pronuncia te da una lección de vida
y son capaces de abrirte los ojos y hacerte ver el otro lado de las cosas
aunque tengas fuertes convicciones al respecto.
Y seguimos conversando, la subida
se hizo muy corta y antes de que me diera cuenta estábamos descendiendo a una
velocidad vertiginosa, yo preguntándome sobre la estabilidad descendiendo de
una bici con alforjas cargadas, pero a él no parecía preocuparle y cuando miré
el cuentakilómetros nos habíamos lanzado a más de 60 kms/h.
Y llegamos a Cornellana, allí
nuestros caminos se separaban, una amable despedida y nuestros mejores deseos
mutuos. “Suerte Esteban en lo que te queda de camino”.
Seguí pedaleando hacía casa pensando
sobre nuestra conversación y con el gusanillo de hacer algún día el Camino de
Santiago en bici, algún día lo haré, de momento lo apunto en mi lista de “Cosas
que quiero hacer”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario